LIGA 07: Izaskun Chinchilla Architects (Esp). Casa: Árbol, Chocolate, Chimenea
Fotografía: Ramiro Chaves
Suena bien. Esto de que la arquitectura es el contenedor de las actividades humanas, el soporte para que ellas se desarrollen. Es incluso interesante y hasta sofisticado que identifiquemos la arquitectura de modo exclusivo con el continente, el cerramiento o lo estructural. O que atribuyamos responsabilidades casi sobrenaturales a esos contenedores, que pensemos que su fin verdadero es resistir, perdurar, soportar el paso del tiempo, protegernos de los embates de la naturaleza y la ciudad. Esa es, más o menos, una definición genérica pero muy difundida de arquitectura, interpretación que se da por buena en muchos entornos profesionales por distintos motivos que aquí no alcanzaríamos a explicar pero que tienen que ver con las tradiciones propias de la disciplina, con teorías de algunas vanguardias del siglo XX, pero más propiamente con el capitalismo que cree que la arquitectura debe ser un producto más del mercado, algo que se compra y se vende, como si de latas de sardinas se tratara.
El problema es que bajo la definición anterior, los arquitectos quedamos como simples diseñadores de las cajas o latas, como artistas de las cargas muertas. Y nuestro objetivo más importante, según este entendimiento, sería llevar la materia al mínimo para disponer espacios vacíos de calidad superior –es decir: neutros, fríos, sin pasión, blancos, brillantes, translúcidos y aislados–, espacios atentos a recibir o proteger cualquier actividad humana –principalmente el reposo o la contemplación–, de los fenómenos o coyunturas de la vida que podríamos entonces poner tranquilamente a nuestras espaldas.
Intentemos otra definición. Qué tal si pensamos que la arquitectura, en lugar de un contenedor, es un hábito. El hábito de ocupar un lugar. La arquitectura es y ha sido siempre una de las actividades que nos define como especie porque a través de ella, al menos en parte, hemos conocido el mundo y aprendido a relacionarnos con él. Si seguimos esta tesis tendríamos que aceptar y maravillarnos con lo siguiente: arquitectura hacemos todos, los humanos, los animales y las plantas, porque todos ocupamos el planeta –piensen en un hormiguero, recuerden un bosque, que es justamente el hábitat de muchísimas especies. No es que el bosque estuviera de base en la tierra, ha sido hecho poco a poco, a través de múltiples interacciones que hoy apenas entendemos. Así que visto de este modo, hacen arquitectura los pueblos nómadas y la fabrican los alemanes. La puede establecer un erudito con título o una señora que durante 20 años decora una vivienda. La arquitectura es inmanente a la vida. No es una opción.
Sin embargo, el punto interesante de la definición que estamos proponiendo es este: las arquitecturas son hábitos solidificados, coreografías que van endureciéndose, cargas vivas que se detienen por momentos en acuerdos sofisticados. De tanto quedarnos o persistir en los lugares la arquitectura aparece, no por arte de magia, sino por la relación inseparable entre nuestros trabajos y los de la naturaleza. La ocupación es el motor real de la arquitectura, de cualquier expresión tridimensional, pero esta fuerza o carga viva es propiamente un contenido, el contenido con el que se construye cualquier arquitectura vital.
De manera pues que no debe ser el contenedor por si mismo el cometido de la arquitectura. Ni la tarea del arquitecto es diseñar cargas muertas ni el papel de la arquitectura es defenderse de la naturaleza. Las actividades humanas no son un genérico y la ocupación principal del ser humano no es el reposo.
El preámbulo anterior me parece necesario para esta exposición, porque la arquitectura de Izaskun Chinchilla, como la de otros arquitectos cuidadosos de ayer y hoy, trabaja principalmente con las cargas vivas; es el contenido y por lo tanto el programa, las actividades, la ocupación y el papel del sujeto o de las entidades presentes o convocadas lo que está en juego en su arquitectura. Es la participación, el cuidado de la vida y la responsabilidad de cada presencia en la configuración de un entorno habitable preciso lo que mueve y promueve esta arquitectura, y por lo tanto estamos hablando de una forma delicada y entusiasta de hacer política. Antes que la resistencia –al medio y al tiempo– la fortaleza o durabilidad, lo que está pensando este trabajo es el desempeño de la arquitectura, es decir, el modo como va a acontecer, como va a relacionarse y a transformarse en el tiempo.