LIGA 15: Emilio Marín + Juan Carlos López (Chile). El espacio entre las cosas
Fotografía: Luis Gallardo
Imaginar un recorrido, los espacios, es construir. Quizás componer. Marín + López proponen un espacio y disponen en su interior otros espacios, un orden. Un gabinete de prismas, reservas de memoria en miniatura. En un giro similar a las propuestas de Georges Perec en Especies de espacios (1974), más bien a partir de Perec, Marín + López proyectan un teatro de objetos. Cada uno de estos volúmenes proviene, al mismo tiempo, de otro espacio, del espacio proyectado, diseñado. Una taxonomía acuciosa de formas simuladamente básicas; cada una es la proyección física de una proyección arquitectónica. Una ciudad bodegón, como una pintura de Giorgio Morandi (1890-1964), es la clasificación imaginaria de ideas modeladas, exhibidas en estratos múltiples y regulares. Pequeñas máquinas de significar ordenadas con la exactitud de un cuidadoso gigante, en la ciencia infantil de la distancia entre los objetos.
En el caso de Marín + López la escena está compuesta por el espacio mínimo entre sus componentes—silencio necesario—similar al espacio entre las letras que asegura su legibilidad (kerning). Al igual que el lenguaje, la escala permite mover formas inmensas sin la gravedad del mundo, así como el diseño convierte la complejidad en series básicas, en formas resueltas desde una masa que encierra el esqueleto de su interioridad reducida. En cada uno de estos objetos, entre ellos, como en toda arquitectura, hay vida: la vida de los objetos. Una parte oculta y otra visible a la mirada. Una biblioteca de espacios funcionales dentro de un mobiliario disfuncional o a-funcional (Perec 59). Anaqueles, estantes ciudades, que hacen posible el coleccionismo de ideas.
De este modo, al igual que otros tantos cuerpos de la vida doméstica, este ordenamiento logra conjugar objetos para convertirlos en otras cosas. Una fábrica de representación que Marín + López ponen en marcha en cada proyecto. Familias de objetos, memoria de los proyectos realizados. En diálogo con estos elementos individuales dispuestos en estanterías, un diorama rememora otras pinturas. Aquellas realizadas por Marianne North (1830-1890) durante su visita a Chile en 1884.1 Una solución, también a escala, pero del paisaje, del territorio. De entre las casi 900 especies nativas que la viajera inglesa realizó durante su viaje alrededor del mundo, este diorama presenta la planta conocida como Chagual (puya chilensis) y que se encuentra en la zona central de Chile (Hoffman 254). Especie que ya había fascinado a otros viajeros anteriores y que hoy, como una reserva temporal, levanta su lanza florida en los cerros de la costa y la cordillera de Los Andes. En general su flor es amarilla, recuerda una antorcha. Otras, las más escasas, azul, otro fuego. El paisaje está dentro de una bóveda, premeditadamente finita. Nuevamente el ejercicio consiste en miniaturizar para imaginar. El diorama construye el espacio natural dentro del espacio proyectado.
La relación al interior de la sala –como todos los proyectos arquitectónicos de Marín + López respecto del territorio– es el resultado del diálogo con las formas a escala. Lo pequeño es la monumentalidad invertida, lo enorme no es más que un detalle de la inmensidad de la naturaleza, lo mediano cruza los ejes para revertir lo infinito y hacerlo habitable. Lleno y vacío conjugado.
En Chile, los proyectos de Marín + López establecen este diálogo de dimensiones. Otra versión de la geometría oculta de las masas geográficas. Las montañas de la cordillera de Los Andes son grandes respecto del valle, pero son nada ante la inmensidad del océano Pacífico, y las construcciones no son sino avanzadas microscópicas de pequeños prismas sobre la tierra enorme, cristales lavados por la lluvia.
La arquitectura debe contener –paradójicamente– la energía de la tierra en movimiento. Sabemos que el planeta se mueve, pero en algunos lugares como Chile o México, también la tierra se mueve. Lo que debe estar fijo, el elemento primario, se estremece como el agua. Los terremotos vuelven las construcciones verdaderos navíos. Construir en esta geografía obliga a proyectar cada objeto para soportar la navegación. Cada uno busca asegurar lo pequeño que puede llevar consigo. Por eso los objetos, esos comentarios a la memoria, son, a veces, la hipérbole de la significación. Sencillos restos pueden ser lo único que quede de un naufragio en tierra en firme. Estos estantes acumulan el pecio del positivo y constante naufragio de las ideas, una forma de sobrevivencia cristalizada, enaltecida en el orden y la narración que alimentan.
Dimensiones y funciones, objetos y usos, diseño y contexto, son las coordenadas que determinan la proyección de este viaje, así como de la navegación en tierra de estas curiosas naves, concreciones arquitectónicas sobre el plano de lo real. Un desafío ante el enigma doble del orden de las magnitudes, de lo ínfimo a lo inmenso.