La casa de las máquinas

por Pedro Ignacio Alonso

LIGA 24: UNWELT (Chile). La casa de las máquinas
Fotografía: Luis Gallardo

 

Tal vez Corb fue incomprendido o mal traducido del francés y nunca pensó en la arquitectura como una máquina de habitar. Tal vez quiso decir justo lo contrario, que la arquitectura debía dar casa a las máquinas, tal como hace UMWELT en sus estaciones de transmisión en el cerro San Cristóbal de Santiago. Si esto fuera así, el “ángel exterminador” (como lo llamó Léon Krier) se habría adelantado varias décadas a discusiones contemporáneas sobre el fin de toda distinción entre lo humano y lo no humano —en las ciencias sociales, la filosofía, la antropología y también en la arquitectura—. Sobre todo, se habría adelantado en el hecho de, por fin, exterminar la antigua distinción entre naturaleza y cultura. Pero sabemos, lamentablemente, que no se refería a eso.

La traducción es, en apariencia, correcta. Sus propias ideas no hacen sino multiplicar ad-nauseam la persistente oposición dualista que insiste en ver las supuestas condiciones originales del planeta como algo por completo distinto al progreso tecnológico y cultural del hombre.

Pudo así entonces instalar la pureza y la abstracción de su obra sobre una idea de naturaleza incontestable y gloriosa que su misma cultura había producido. Esta tradición moderna y modernizadora, proveniente de la idea de un “estado natural dichoso”, fue formulada por Jean-Jacques Rousseau en el siglo XVIII, instigando el ideal romántico de una naturaleza sublime. Marshall Berman nos recuerda que Rousseau fue el primero en ocupar la palabra modernidad de la forma en que se utilizó en los siglos XIX y XX, visible también en la definición de Claude Lévi-Strauss de la antropología como una disciplina que investiga la relación entre la naturaleza y la cultura, o traspasada a David Harvey o Erik Swyngedouw en su esfuerzo por entender la sociedad y la naturaleza como un elemento continuo.

Pero es evidente que no sería necesario relacionar o conectar estas nociones si no estuvieran desde un principio formuladas como distintas y opuestas. Desmantelar esta dicotomía de exclusión es una operación más radical: la eliminación de esta oposición mediante la disolución del concepto mismo de naturaleza, aquel que define un espacio separado para los objetos que se supone reúne.[1] Sabemos, sin embargo, que esta idea de naturaleza no se va a disolver sola. Requiere proyectos que la destruyan. Esta tarea —la destrucción del concepto y de sus imágenes— debe ser realizada a través de la arquitectura.

Ahí radica el interés (y también el riesgo) de las propuestas de UMWELT, porque precisan de diseñar tanto los objetos como el territorio conceptual donde éstos se insertan. Sus proyectos, en este sentido, parecen asumir decididamente la idea, tal vez chocante, de que “la naturaleza no existe”,[2] y entienden que la idea de la naturaleza heredada por la modernidad heroica es un obstáculo para el pensamiento arquitectónico contemporáneo.

Pero de esta eliminación surge un problema tan interesante como difícil: ¿Cómo reorganizar y redistribuir —en lo que a diseño respecta— todas aquellas cosas anteriormente catalogados como naturales? ¿Qué significa, en definitiva, reclasificar objetos que perdieron el concepto que los reunía? De maneras diversas, las estrategias y los diagramas de UMWELT se aproximan a este tipo de preguntas. La consideración de esta redistribución desde el punto de vista del proyecto puede ser considerado como el objetivo último de sus exploraciones: el traspaso masivo de objetos desde un concepto en crisis a otro aún por definir y, sobre todo, por diseñar supone un movimiento de internalización, desde la segregación de un afuera, hasta el interior de la arquitectura.

En eso consiste el proyecto de introducir su trabajo en las fisuras de bases conceptuales que ya no se sostienen, no solamente en la dualidad naturaleza/cultura, sino también en otros tipos de dicotomías demasiado esquemáticas para enfrentar el mundo contemporáneo, como lo público y lo privado, lo urbano y lo rural o lo culto y lo popular. De ahí también la insistencia de UMWELT en la noción de infraestructura como herramienta programática para evitar explicaciones forzadas sobre las distintas escalas de la obra y poder discutir todos los objetos, sin excepción, más allá de deliberaciones fútiles sobre lo que es pequeño o lo que es grande. A través de la infraestructura –por definición sin escala– la arquitectura podrá por fin invertir el paradigma y transformar el planeta completo en la casa de las máquinas.

[1] Ver: Pedro Ignacio Alonso, “Atacama Deserta”, en Deserta: ecología e industria en el desierto de Atacama (Santiago: ARQ, 2012), pp. 14-27.
[2] Ver: Francesco Manacorda, “There is no such thing as nature”, en Radical Nature: Art and Architecture for a Changing Planet 1969-2009 (London: Barbican Art Gallery/ Köening Books, 2009), pp. 9-15.

 

 

LIGA 24: UMWELT (Chl)