LIGA 36: Isidoro Michan-Guindi (Mex). Criaturas Híbridas
Fotografía: Arturo Arrieta
Las maquetas son objetos fascinantes en sí mismos, especialmente para los profanos en arquitectura. La miniaturización necesaria de todo lo que contienen hipnotiza como un paisaje en el que se puede leer y reconocer todos los elementos de la vida cotidiana, independientemente del grado de abstracción que implica representar la realidad a una escala menor. Sorprende que, en la era digital, y a diferencia de las maquetas militares, o de artefactos mecánicos, como trenes, aviones o barcos, la práctica de la arquitectura todavía las utilice como objetos prácticos para tomar decisiones. Al no ser un mero pasatiempo de personas ociosas, desconcierta que la cantidad de tiempo y precisión que implica su factura todavía forme parte de entornos productivos.
En el hacer maquetas, la idea no precede al trabajo, sino que ambos se superponen. Fomentan el pensar haciendo y la constante oscilación entre periodos de trabajo físico manual, el pensamiento práctico asociado a él, y una vez que el trabajo manual cesa, la reflexión sobre lo producido. Quizá por ello, los modelos a escala todavía se resisten testarudamente a desaparecer de los talleres de los arquitectos. Cuando no sé cómo seguir o no sé qué hacer, nos ponemos a hacer maquetas, dicen muchos de nuestros colegas.
Observando los modelos a gran escala de Isidoro Michan-Guindi, uno no puede dejar de pensar lo que una forma particular de hacer piezas a escala nos cuenta sobre la arquitectura en sí misma, más que sobre las piezas per se. En las de la casa columna, la torre con cuatro patas, o el edificio espiral, lo primero que sorprende es la necesidad de encontrar una manera de evaluar su presencia. Son inusualmente grandes.
Representan la realidad a una escala tal que su tamaño hace que el cuerpo se vea confrontado de igual a igual con ellas. En su presencia, uno se ve empujado a establecer una relación que no puede ser meramente contemplativa, de lectura de la realidad que representan o de apreciación de sus cualidades. Parece que el cuerpo se moviliza, pero en realidad, lo que se pone en marcha es una forma inusual de relacionarse con ellas y de apreciarlas.
De alguna forma, el objeto se convierte de esta forma en sujeto a la vez. “Yo sé que el objeto está ahí, transcendiendo frente a mi consciencia, pero al mismo tiempo advierto que no ha llegado a lograr una plena existencia” dice Breton. El mismo pensamiento que invade al enfrentarse a estas maquetas, la inquietante duda sobre si aceptar conferirles el estado de sujeto, turba, incomoda y atrae. El objeto no es por lo tanto totalmente pasivo. Suscita un cúmulo de pensamientos que, más allá de su estado ontológico, provoca reacciones irracionales de aceptación o de rechazo y afecto. De emociones encontradas y en conflicto. Su misma presencia, al desvelarse como una realidad extraña, reclama aceptación o rechazo, empatía u hostilidad, lejos del escrutinio funcional al que sometemos a la mayor parte de los objetos en nuestra vida cotidiana.
El afecto proviene también de la inevitable asociación que al observarlas y confrontarse uno establece con las maquetas como cuerpos. Sea por su tamaño, semejante al de un animal pequeño o una mascota, por su simetría o su configuración, uno parece estar en presencia de extrañas figuras, mitad animales, mitad objetos. Unos parecerían torsos sin cabeza y sin pies, o cabezas sin cuerpo, otros un animal pegado al suelo, o con demasiadas extremidades, o una figura erguida, o alguien con un tocado extravagante. Esta procesión de entidades tullidas y extrañamente bellas, parecen demandar atención, afecto y cercanía.
Como un grupo de criaturas desposeídas, al encontrarlas, uno no sabe cómo reaccionar, más que a través del cariño, empatía y afección. Todo ello habla de una clase de confrontación y lectura que se ve amplificada al descubrir que, a tamaño real, algunas de las arquitecturas que representan albergan cuerpos en posturas que uno definiría como no habituales: sacando la cabeza por un agujero, oteando, subido a una mesa o tumbado, y estableciendo relaciones dimensionales con el espacio inusuales, ya sea porque parece no caber en su interior, o porque parece habitar un cuerpo sacado de su escala natural.
Estos modelos proponen también una extraña inutilidad práctica. La habitual naturaleza funcional de las maquetas a escala queda agotada en este caso por su propio tamaño, realmente inusual. El sentido de la maqueta excede el de representación de su doble a escala real, el otro objeto. Aunque todavía sirve para determinados propósitos prácticos (averiguar la reacción de las masas con la luz, entender las relaciones con el exterior, comprobar las proporciones de las habitaciones, etc…), es al mismo tiempo demasiado ineficaz. El trabajo necesario para realizarlo lo convierte en despropósito, falto de sentido y conveniencia. Al utilizarse como herramienta de proyecto directa, como campo de juego en el decidir cuestiones directamente, y al mismo tiempo, aumentar en tamaño, estos modelos no solo sirven para experimentar físicamente el espacio que representan. Al convertirse en arquitecturas a escala real, esos mismos espacios adquieren paradójicamente una extraña naturaleza adimensional, disociándose del minucioso trabajo asociado a lo funcional, y a la convencionalidad de proporciones, alturas, longitudes y distancias.
Su corporeidad es inquietante y, hasta cierto punto, incomprensible. Es decir, excede el entendimiento habitual asociado a la relación entre objetos físicos y el cuerpo, entre el sujeto y ese algo externo que está ahí fuera, esperando ser utilizado, entendido, contemplado. Es profundamente material, y está hecho de una forma que excede la de la mera representación utilitaria del objeto real. Es incomprensible y por lo tanto, inquietante. Su testaruda resistencia a ser comprendidas en su totalidad, ¿por qué tan grande?, ¿por qué tan sólido?, ¿por qué tan realista su método de representación, entonces?, acepta a su aceptación como objeto utilitario, ¿para qué es esto? El objeto en sí mismo se libera de un propósito práctico, de herramienta, y adquiere por lo tanto una cualidad diferente, basada en la irracionalidad y el absurdo de su propia existencia.
Siguiendo a Calvino, y el sinsentido, ese absurdo maravilloso de trazar un mapa a escala 1:1, cabría preguntarse si el resultado anticipado de la práctica de Isidoro será el de hacer magníficas y enormes maquetas a 1:1, en las que se abstrae todo lo superfluo, lo redundante, y la arquitectura se convierte en puro afecto y relaciones inusuales con el cuerpo. Aguardamos impacientes y con la misma alegría ansiosa de quién espera recibir buenas noticias.