LIGA 10: Luis Aldrete (Mex). Maqueta de un lugar común
Fotografía: Luis Gallardo
Cierta versión equívoca de la originalidad ha descartado al lugar común. Como si eso a lo que cualquiera puede recurrir fuera, de menos, inútil, cuando no llanamente perjudicial. Repites un lugar común, se le dice a quien entre sus argumentos usa alguno de sobra conocido y así, sin más, se descalifica. Pero los lugares comunes eran para la retórica clásica la base de su estructura argumentativa. Un discurso es, literalmente, el recorrido por el que un orador nos guía entre un lugar y otro, entre varios lugares comunes que, por lo mismo: por ser comunes, reconocemos. El viaje de uno a otro se hace, eso sí, con la esperanza de en el transcurso encontrarnos con algún hallazgo, descubrir algo nuevo —eso que en latín se dice inventio: un invento: lo que viene o adviene. Los tópicos o lugares del discurso eran también, por otro lado, auxiliares de la memoria—como explicó Frances Yates.
Ahí se colocan imágenes que ayudarán al orador a seguir el hilo de su discurso y no perderse. Por último, si ayudan a la invención y a la memoria, es lógico que los lugares comunes también sirvan al aprendizaje. En su introducción al libro de John Lock A New Method of Making Common-Place-Books —los libros de lugares comunes eran recolecciones de frases y apuntes que gozaban de acuerdo generalizado— Monsieur Le Clerc escribe que “en todo tipo de aprendizaje, en especial en el estudio de lenguas, la memoria es la tesorería o el almacén, pero el juicio es el que dispone: ordena lo que ha sacado de la memoria. Si la memoria es oprimida o está sobrecargada por demasiadas cosas, recurrimos al orden y al método en auxilio.” Si la memoria falla y para que no lo haga habrá, pues, que poner las cosas en su lugar—lugares comunes.
Podríamos suponer entonces que, para la arquitectura, el lugar común tiene al menos dos sentidos. El primero agrupa todas las variantes de la figura retórica del topoi mencionadas más arriba. En ese sentido, la proporción, la utilidad y la belleza, el significado, la función y la forma supeditada a ésta, el detalle y la atención que merece, son algunos de los lugares comunes de la arquitectura. Son figuras del discurso arquitectónico a las que todos podemos hacer referencia, incluso –o sobre todo– para negar su importancia. El otro sentido sería el físico y material: el lugar en el espacio o como lo que se contrapone o antepone al espacio —para acudir a otro lugar común, en el primer sentido. En el segundo sentido se trataría de un sitio abierto para la comunicación y para la comunidad, uno que reconocemos y en el que nos reconocemos, con toda su carga de identidad y sentido —otro par de lugares comunes, sin duda.
La intervención de Luis Aldrete en LIGA trabaja alrededor de ambos sentidos del lugar común. En esa pequeña esquina del edificio de Augusto Álvarez y Juan Sordo Madaleno en Insurgentes, aparece un minúsculo jardín — figura ancestral del lugar común— doblemente cercado: por el edificio existente y por una valla de madera usada para cimbra. Condenado a la sombra, el jardín se quiere infinito al reflejarse en un par de espejos. Se trata de un lugar de contemplación — lo que también es un lugar común — construido sin atención al detalle y asumiendo las circunstancias que el azar dictó — de nuevo, más lugares comunes, sea para aceptarlos o para rechazarlos. Así, al final tal vez algunos de aquellos lugares comunes — en el primer sentido— se anulen mutuamente, produciendo un lugar común —en el segundo sentido— que apuesta por otra forma de comunidad: la del sentido común. Un sensus communis: una comunidad estética, una sensación y una sensibilidad compartidas y comunicables que se abren ahí, en lo que quisiera calificar como el grado cero de la arquitectura. Pero eso, sin duda, también es un lugar común.