Para Macías Peredo | LIGA 17

por Josep Quetglas

LIGA 17: Estudio Macías Peredo (Mex). Convocar piedras
Fotografía: Luis Gallardo

 

La página en blanco no existe. El lápiz nunca emprende su camino cruzando al azar un desierto.

El lápiz se acerca al papel cargado con la memoria del último proyecto, el último dibujo, el último escrito realizado. Los hallazgos y las renuncias del trabajo ya hecho piden proseguir, buscan recuperarse, tratan de ser corregidos, seguir existiendo. También los proyectos propios no realizados, las obras de los maestros más queridos, los casos percibidos en los viajes, leídos en los libros, escuchados en conversaciones: todos ellos habitan el papel en blanco, aparentemente vacío para cualquier otro que no sea el autor que está proyectando.

El papel en blanco es el cristal trasparente donde la memoria y el presente dibujan, cada uno desde su lado, un trazo coincidente.

Igual ocurre con los materiales. Sean los colores, las palabras, o las piedras, todos ellos vienen cargados con su memoria. Tarea del autor es acoger y dar lugar a cada uno.

Frank Lloyd Wright recuerda así el inicio de la construcción de Taliesin:

“Había una cantera de piedra en otra colina, a una milla; allí la piedra caliza de tonos amarillos reposaba en flor en estratos como espolones en la cara de las colinas. El aspecto de esa piedra era justo lo que yo quería, formar masas de parecido aspecto a como surgían en aquellas laderas nativas. Los equipos de vecinos labradores comenzaron pronto a transportar la piedra hasta la colina, duplicando los equipos para hacerla llegar hasta la cima. Grandes piezas de esa piedra del lugar —quinientas o más, de principio a fin— se trajeron para tenerlas al alcance de la mano, mientras el Padre Larson, el viejo picapedrero nórdico que trabajaba más allá, en la cantera, las quebraba y las separaba en grandes trozos. La piedra se empleó en pavimentos de patios y terrazas. También la puse en las laderas, formando grandes muros. La piedra subía escalonada, como estratos en la colina, y se abría en grandes brazos, en cualquier dirección en que la casa se entregase a la tierra. ¡La tierra! La tierra de mi abuelo. Se sentía amorosamente parte de todo esto.”[1]

La arquitectura está construida con la piedra, pero también, sobre todo, con la memoria de la piedra.

[1] Frank Lloyd Wrigth, Autobiografía 1867-1943. Madrid: El Croquis, 1998., p. 208.

 

 

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