Sobre la posibilidad de manipular el tiempo
“Aprender a ver las formas viejas con ojos nuevos, en lugar de mirar, como hasta ahora, las formas nuevas con ojos viejos.” -Gustav Meyrink.
Para cuando Yasuhiro Ishimoto decidió visitar la Villa Imperial Katsura en 1953, su mirada como fotógrafo y había sido sensiblemente modificada, debido a su paso por el Instituto de Diseño de Chicago, donde las lecciones de la Bauhaus habían encontrado buen sitio por la influencia de personajes como Harry Callahan y Aaron Siskind. Ishimoto reconoció en aquel palacio imperial del siglo XVII patrones compositivos y abstracciones geométricas que le permitieron proponer una mirada diferente desde su presente, sobre aquel edificio del pasado, que personajes como Bruno Taut o Walter Gropius ya habían reivindicado como “moderno”. De ello dan cuenta sus fotografías que fueron publicadas en el libro Tradition and Creation in Japanese Architecture, en compañía de Kenzo Tange y el mismo Gropius.
Del conjunto de fotografías que César Béjar ha realizado sobre el Museo Rufino Tamayo, obra emblemática de Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky, podría decirse algo similar, aunque en una dirección distinta. De la fotografía como disciplina, se ha escrito y comentado en múltiples ocasiones sobre su capacidad de detener el tiempo, en tanto que puede capturar o describir un instante preciso. El atractivo que para Ishimoto tenía una cierta gramática compositiva de origen geométrico, para César Béjar parece ser una especie de estado de suspensión del tiempo cíclico. Pero esa suspensión del tiempo no parece estar referida a un instante, sino a una cierta ambigüedad que amplía las posibilidades de percepción temporal que la fotografía ha registrado. Como si ésta, en lugar de tratar de detener el tiempo o de anularlo, quisiera abarcarlo. La ausencia de sombras o el hecho de atenuar su presencia en algunas de las imágenes, así como un cierto cromatismo también atenuado, contribuyen en gran medida a crear esa sensación de suspensión temporal, o al menos de dilatación del instante elegido para la captura, un poco más allá de los límites de cada obturación.
Posiblemente, sea esa condición particular de César Béjar, de no solamente tener formación de arquitecto, sino de ser un arquitecto en pleno ejercicio del oficio, lo que le permite impregnar a este trabajo fotográfico, de una mirada “con ojos nuevos” a aquellas “formas viejas” del Museo Tamayo en relación al tiempo.
Alejandro Guerrero.