LIGA 05: Adamo-Faiden (Arg). Un ambiente
Fotografía: Ramiro Chaves
Proponer ‘un ambiente’ para una exhibición de arquitectura en un espacio contenedor único aparece, al menos, como una contradicción de términos (un ambiente en un ambiente), sino acaso como una redundancia (un ambiente que ya es un ambiente), o como una proposición abiertamente retórica (un ambiente que es reiterado como ‘un ambiente’ en tanto entidad a la vez nueva y existente). Es algo así como pintar blanco sobre (un lienzo) blanco, en este caso ‘en’ el lienzo espacial de la caja blanca, justamente allí donde el evento cultural arquitectónico trasciende en tanto representa al hecho arquitectónico material.
Tal propuesta, así como el proyecto mayor que a la vez encarna y reproduce, parecería, de antemano, estar embebida de una voluntad paradójica: la de producir una ‘cosa’ que no se asume como tal al asumirse como tal, y que utiliza al lugar mismo en el que se sitúa como si fuese su material y confundiéndose con él. Más aún, no se trata de ‘cualquier’ lugar, sino de un espacio particularmente objetualizado, embebido de una voluntad de institucionalización, y caracterizado por tener un tamaño extremadamente reducido, al punto de que se genera la duda de si es efectivamente habitable. Se trata de un espacio con una alta aunque mediada exposición al exterior, una esquina de una transitada avenida, donde unas ventanas desproporcionadas y también cosificadas, enmarcan la mirada tanto como la condicionan, y colindante con el hall abierto de un edificio arquitectónicamente reconocido, respecto al cual toda la tercera cara abre el espacio visualmente, aunque solo para hacerlo aparecer hermético.
En tal contexto de paradójica ambivalencia, y con la agenda de simultáneamente constituir, reemplazar, acentuar, y contener ‘un ambiente’ como premisa, Sebastián Adamo y Marcelo Faiden proponen en LIGA un proyecto que ensaya un sentido sutil pero intensamente tergiversado de las ideas clásicas de unicidad, identidad, irreductibilidad y singularidad en arquitectura; ideas que aquí se manifiestan congestionadas en la construcción de una ‘interioridad intensiva,’ y que se revela como la ‘exposición inescrutable’ de una pura exterioridad al exterior. Pura exterioridad que es explícitamente ofrecida como una atmósfera construida, intensa interioridad que es tácitamente excluyente de cualquier forma de intrusividad atmosférica. Es como si se tratara de una cápsula, pero no en el sentido objetual sino en el de su doble condición de ser perceptible pero impenetrable, o para ser más precisos, de un espacio de incubación. Una probeta de laboratorio, donde cualquier ingreso físico de seres humanos ‘reales’ resulta, si no indeseado, al menos inusitado, extraño, o impensable. O como si ese ambiente estuviera allí luego de una serie de ensayos fallidos, sobrevivientes al hombre mismo, como si se tratara de un registro de lo post-humano, memorioso de lo que tiempo atrás se conocía como arquitectura, idea ahora insensata y algo borrosa. Para quienes celebraban la muerte de la arquitectura hace algunas décadas, y para aquellos que lo siguen haciendo desde entonces, se ofrece aquí en cambio una celebración arquitectónica (que no deja de tener algo de melancolía) de la muerte del hombre, una muestra de un recuerdo insensato, improbable y desdibujado, pero conservado, de la idea de hábitat.
‘Un ambiente’ unifica objeto y sujeto(s) en un sujeto concretamente abstracto de arquitectura, inerte y post-humano. ‘Un ambiente’ es un ambiente cualquiera, en el sentido de la monumentalización de la idea del espacio como entelequia. Está elegido de un catálogo hecho de una única posible variante. Es una cualquieridad hecha singularidad1. ‘Un ambiente’ construye vacuidad, y desprende de ella un sentido a la vez figuralmente indefinido y materialmente preciso de lo arquitectónico, una corporeización genérica de lo incorpóreo. ‘Un ambiente’ hace de todo, del espacio, de los objetos, de las imágenes, de la envolvente, del suelo, de la luz, de la energía, de las máquinas y de la tecnología, un medio difuso y vago. E incluso intenta lo mismo con el pensamiento sobre su concepto. ‘Un ambiente’ acontece como un espacio mental caracterizado por la incertidumbre sobre su mismo ser, incertidumbre que no contiene duda. Es un espacio de indiscernibilidad, una región de indecibilidad y de pueril omnipresencia. ‘Un ambiente’, obviamente, es un medio-ambiente, un clima construido en el sentido literal, y un clímax que se pone de manifiesto en un sentido figurado. Alegoría de un estado perpetuo pero variable, su misma variabilidad, su relatividad como presencia, lo vuelve absoluto y extensivo. Lo informe trasciende lo sin-forma y adopta la forma de una afectividad abstracta. ¿No se trata acaso de un manifiesto sobre la afectividad como hecho construible? Su arquitectura (y la que expone) se disipa en tanto objeto, y al tiempo se manifiesta estrictamente como medio material. Asume la vaguedad y se propone construirla como medio-objetualizado, como entorno con contorno.
Justamente por esa capacidad de manifestarse herméticamente, nos hallamos frente y virtualmente dentro de una arquitectura que se asume como medio del vacío contemporáneo, como espacialidad del ‘lo que sea’, ecosistema inquietante donde la cultura se ha vuelto vapor y pretende volverse (una vez más) pura vida, experiencia de la pura inmediatez. La obra arquitectónica veladamente expuesta dentro de ese vacío es, como estos crípticos detalles constructivos, su anverso.
1 Giorgio Agamben, La Comunidad que Viene. (Traducción: José Luis Villacañas, Claudio La Rocca y Ester Quirós). Editorial Pre-Textos, Valencia, 2006