Me enteré que el Museo Tamayo estaba totalmente vacío y abierto al público — así, inmaculado tras su última remodelación, libre como el día en que nació de su función de exhibir arte. Era octubre del 2021; el recinto celebraba 40 años de su inauguración. Caminé desde mi departamento hasta el bosque que alberga el edificio, que en ese momento más que un edificio se presentaba como escultura inmersiva. Curiosa la experiencia de pasar, en el transcurso de una hora, de lo doméstico a lo urbano a lo natural a lo abstracto. De pronto me encontraba dentro de un laberinto de geometrías, una caja de luces, ecos y texturas.
Ese mismo día, supe meses después, mi amigo Arturo Arrieta estaba fotografiando el museo, creando su propia taxonomía. Si la escritora colecciona sensaciones a las cuales puede vestir con letras, el fotógrafo piensa en encuadres para imbuir de significado. ¿Qué comunican las sombras de las salas; el saco postrado sobre una silla vacía; la cámara de seguridad acechando como gárgola moderna desde un ángulo siniestramente recto de la fachada? Captadas con distintas cámaras — desde el mismo instrumento análogo que utilizó Julius Schulman hace cuatro décadas para retratar la fachada, hasta el lente accesible y ubicuo del iPhone — cada una de las imágenes de Arrieta explora un modo de aproximarse al espacio, desde el más pulcro y contenido al más encarnado. Juntas, dilucidan la dicotomía que yo también percibí ese día, y me dan una excusa ahora para poner la experiencia en palabras.
Estoy hablando de todas las facetas del Museo Tamayo; de todas las personas que lo circundan, entrando y saliendo de sus entrañas, observando y siendo observados; de todas las miradas que se posan sobre él, acariciándolo con pestañas o con obturadores. De la obra arquitectónica como objeto precioso y escenario de vidas desaliñadas; de los nueve bloques de concreto que, tras ser extraídos del edificio y colocados en círculo a su costado, fueron apropiados por los guardias, quienes ahora los utilizan como comedor al aire libre. Ahí el por qué el Museo mismo jamás podría ser una obra de arte más de su colección, como lo afirmaron al presentarlo vacío. Aquí el texto. Allá, en dos láminas de 90 x 60, las fotos.
Ana Karina Zatarain