Y pensar que no somos los primeros seres terrestres [1]

por Pedro Aparicio-Llorente

LIGA 39: TANAT (Mex). Escribir un paisaje
Fotografía: Arturo Arrieta

 

“Las tecnologías no se desarrollan a través de una sucesión lineal de etapas evolutivas interconectadas, ni siguen lógica interna alguna, sino que surgen en un particular ambiente social y ecológico.”

Heather Lechtman[2]

 

La propuesta de TANAT para LIGA nos invita a adentrarnos en la arquitectura desde una orilla escultórica donde se esculpe la materia y también la palabra. Si bien parte de su obra se ha manifestado en piezas aparentemente monolíticas, de finos ensambles, para esta ocasión, informados sobre las economías extractivas de lo mineral y la carga que caracteriza a México en su relación con lo piramidal, Diego Borrell y el equipo de TANAT  –conformado por Lucía Lozano, Ana Paulina Navarrete y Mariana Estrada– crean un jardín interior donde habitan objetos pendulantes, suspendidos en el gozo del flote y animados por la conducción del agua. Esta conjura de elementos perdidos (y reencontrados) genera una estática que se escapa de la necesidad de dar una sola definición a las cosas para convertirse entonces en un lugar de transmisión abierta.

Me gusta pensar que Escribir un Paisaje es la puesta en escena de las ideas de Borrell y al mismo tiempo la búsqueda de los objetos para encontrar refugio, vibración y sosiego. Esto, curiosamente, coincide con un diálogo que tuve con la etnolingüista Diana Guzmán, lideresa indígena del pueblo Desana y custodia de la idea de crear un Centro de Memoria Ancestral en Mitú, Vaupés[3]: “donde los seres-abuelos-aquí-presentes puedan vivir mejor, estar más cómodos para así continuar enseñándonos y formándonos como mejores seres humanos.”[4] Bajo esta manera de ver y hacer mundo, ¿qué vienen a enseñar (o aprender) estos objetos que giran por el aire? ¿Están cómodos aquí entre nosotros? ¿Cómo nos oyen desde su capacidad de ser algo presente?

Tal vez este programa que propone TANAT intenta crear hábitos para encontrar nuevos mitos o simplemente resonar entre mitos antiguos y volverse gradualmente en sitio que deja escuchar el habla de los objetos. ¿Qué tiene para decir la materia que ha sido descartada por los procesos metabólicos de la Ciudad de México? En palabras de la politóloga Jane Bennett, “¿Cómo las respuestas políticas cambiarían los problemas públicos si tomáramos en serio la vitalidad de los cuerpos (no humanos)?”[5]

La búsqueda presente en esta muestra se relaciona con nuestra arquitectura andina precolombina que fue en su mayoría vegetal y donde no hay rastro de pirámides de piedra. Existe más bien un extenso campo de objetos metalúrgicos que yacen, enterrados en páramos y lagunas, en manos de guaqueros, o exhibidos y archivados en la colección del Museo del Oro de Bogotá.[6] Con una capacidad asombrosa de combinar precisión al momento del fundido, el arquitecto Lorenzo Castro se refirió a esta destreza técnica y sensibilidad geométrica como el potencial de la rana.[7] Con un mismo metal (o aleación) se hicieron una innumerable cantidad de piezas orfebres entre las que se destacan las ranas: todas distintas y con capacidades simbólicas de conectar el oro con el agua. En las ranas cabe la habilidad de entender que el agua fluye por la roca para crear depósitos de oro; que el agua se desliza por las laderas y se contiene en la laguna donde habita la metamorfosis de lo anfibio; que el agua potencia lo sónico para anunciar y atraer la lluvia con el croar. El universo de una pequeña rana de oro es expansivo, en cuanto la uniformidad del lingote, o tejo de oro, se distingue por la optimización formal del apile, conveniente al momento logístico de usurpar metales y, por consiguiente, de la eliminación de sistemas simbólicos.

Hoy podemos discernir, dijo Castro, “entre diseñar ranas o lingotes”. El agua es fina: se mete, se cuela, permea y empapa, deja rastros y se evapora. ¿Cómo nos relacionamos con el agua y sus estados de constante cambio? En el llamado de Escribir un Paisaje, TANAT atenta por el pensamiento anfibio de la rana antes que el pensamiento serial del lingote y da apertura a algo que no es propiamente un espacio expositivo, sino a lo mejor un recinto para contemplar diálogos.

“Se lo conté al Yachak y él me dijo que ‘contemplar’ venía del ‘templo’ y que ‘templo’ era el lugar donde los ojos atendían. Por eso, dijo él, para los que leen el vuelo de las aves el cielo es un templo. (…) Es curioso lo que uno recuerda porque no lo elige.”[8]

 

Notas:

[1] Tomado y traducido por el autor de este texto de la estrofa “E de pensar que não somos os primeiros seres terrestres; Pois nós herdamos uma herança cósmica.” En Ben Jor, Jorge. “Errare Humanum Est” tema # 3, en A Tábua de Esmeralda. Phillips, 1974.

[2] Lechtman, Heather y Museo Chileno de Arte Precolombino. Los Orfebres Olvidados de América. Museo de Arte Precolombino, 1991.

[3] El departamento del Vaupés en Colombia es una transición entre las llanuras secas de la Orinoquia y la selva húmeda Amazónica. Su capital es Mitú, la cual se encuentra en la margen del Río Vaupés, uno de los principales afluentes del Río Negro.

[4] Guzmán, Diana y Pedro Aparicio-Llorente. “Mitu Ancestral Memory Center – Research and Design Phase”. Proposal for the CCA Indigenous-led Design Fellowship Program, 2024.

[5] Bennett, Jane. Vibrant Matter: A Political Ecology of Things. Duke University Press, 2010.

[6] En 1988 se publica el libro del arqueólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff, Orfebrería Y Chamanismo: Un Estudio Iconográfico Del Museo Del Oro. En las reflexiones que hace Reichel-Dolmatoff sobre la colección del Museo enfatiza que estas piezas carecen de un origen arqueológico, ya que fueron fruto de la economía guaquera (excavadores de tumbas o cazatesoros). Hay una descripción que me conecta con la obra de TANAT para LIGA, donde especulo que busca alejarse de la composición espacial para poder adentrarse en la activación del rito: “Muchísimas piezas están adornadas con pequeñas placas colgantes y móviles, a veces cuadradas pero generalmente circulares o algo ovaladas; en ocasiones se trata de canutillos, de pequeños tubos o de listones. El objeto tiene entonces una o varias argollas soldadas sobre la superficie anterior y de ellas, articuladas con otra argolla, se suspenden las placas móviles. Estos colgantes se encuentran en zarcillos, pectorales, diademas y en varias pequeñas figuras humanas o de animales. La distribución de estos colgantes cubre prácticamente todas las regiones de Colombia. Al tomar una pieza así adoranda, desde luego, al llevarla puesta, el continuo movimiento de estas plaquitas da mucha vida a la joya; pero además quisiera anotar que literalmente al ‘atraer la vista’ el brillo vacilante y cambiante ejerce una acción casi hipnótica sobre el observador. Este efecto es bien conocido por los chamanes (y por los neurólogos) que saben que, bajo ciertas condiciones, la percepción de luces vacilantes puede inducir visiones de carácter alucinatorio o causar un estado prehipnótico.”

[7] Castro, Lorenzo. “Proyectos de paisaje en el páramo de santurbán”, en Latin GSD Symposium Blurred Territories, Panel: Where is the frontier? Boom and resistance. Harvard University Graduate School of Design, 2016.

[8] Ojeda, Mónica. Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Literatura Random House, 2024.

 

LIGA 39: TANAT (Mex)