LIGA 30: Escobedo Soliz (Mex-Bol). Tórax
Fotografía: Arturo Arrieta
“He pensado que algún día me llevarías a un lugar habitado por una araña del tamaño de un hombre y que pasaríamos toda la vida mirándola, aterrados.” Fiódor Dostoievski. Los poseídos (1871-1872)
Sé cómo termina la historia y también cómo comienza. Aparece en el horizonte una línea negra que anuncia una apocalíptica tormenta. Cuando ésta se presenta, un grupo de arquitectos y voluntarios que construyen una nave para salvarse, descubren que su creación no pasa por la puerta.
El intervalo entre ambos momentos es más confuso, hay días que imagino tiendas saqueadas por personas que batallan por albercas inflables con las cuales flotar sobre la ciudad inundada. En otras, una peregrinación de miles de voluntarios que se dirigen al interior de la galería como si fuera un mausoleo y deciden refugiarse en esa jaula, aún sabiendo que no detendrá el agua. Imagino, a raíz del anuncio de la catastrófica tormenta, una ciudad operativamente desierta, sin electricidad y nadie que la gobierna. Sitiada, donde las ratas muertas en la escalera no son el síntoma de una peste, sino los pabellones hechos con las cimbras de los edificios que quedaron en proceso de obra y que crecen como musgo cubriendo la ciudad existente. Piezas anónimas de arquitectura que nacen de la ansiedad de la gente, de sus ganas de interactuar con un sistema urbano al que sólo pueden acceder digitalmente y la comunicación depende de laberínticos menús telefónicos donde el ser vivo que se enfrenta al algoritmo es el que pierde.
Una historia que se desarrolla en una urbe auto devastada que espera el agua para justificar los daños que ella misma se ha infligido. Donde los habitantes a la espera de ese obligado exilio, ocupan las calles tripulando barcos encallados en el pavimento tras abandonar los edificios formales por completo. Un caos, un escenario tan absurdo y coherente como el que uno podría imaginar en el año 2019, al ver una multitud de cuerdas y polines atadas, conteniendo un espacio; una atmósfera estéticamente cargada cuya envolvente sugiere una jaula, una hoguera o una arca.
Surge entonces en algún punto de este relato, el grupo de arquitectos que decide crear un barco al interior de un cuarto. ¿Conocían la naturaleza trágica de su acto?, ¿imaginaban las manos de los voluntarios que el arca no flotaba?, ¿si la nave no era una vía de escape, entonces qué significaba?
La ilusión del final del milenio, cuando era posible pensar que toda ciudad merecía un gran museo, encontró su contrapeso en las décadas siguientes a base de crisis financieras, políticas y sociales que caricaturizaron ese tipo de edificios y planes maestros dejando una estela de construcciones vacías y gastos de mantenimiento. Ese periodo de optimismo en el modelo urbano precedido de una condena, produce entre muchas respuestas, soluciones antibióticas que demuestran que los recursos para trabajar si existen o se pueden inventar. Esfuerzos para construir sistemas que permiten a la arquitectura tener una relación distinta con la sociedad, que la establecida por el mercado. Ya sea a través del orden como Superstudio o aquella que participa y condena los sucesos y modelos que, en apariencia, desprecian al estilo de Archizoom y Rem Koolhaas.
Los arquitectos de nuestro cuento replican ese hedonista y racional balde de agua fría, inmersos en una ciudad agobiada por sus propios demonios, a la cual se agrega aquella amenazante línea negra. Una escena donde es su propia razón la que gobierna y origina un nuevo universo partiendo de la articulación lógica de un polín y una cuerda. No hay un enchufe en su pieza, no hay un solo rincón que no obedezca a la modulación de su propio sistema. La estructura se emancipa constructiva y estructuralmente del contexto que la rodea y ofrece un refugio, un punto de partida o una prisión para aquel que se introduce en ella.
Sería entonces aún más dramático imaginar que la obra empezó antes de que supieran de la tormenta, incluso pensar que fue el propio pabellón el que la provocó en algún tipo de ritual pagano u ofrenda. Asumir que el grupo de arquitectos que la comenzó, lo hizo sin saber de esa amenaza. Y quienes se fueron integrando voluntariamente, le atribuyeron ese propósito al ver que no quedaban más lanchas, albercas o barcos en ninguna tienda. Que los participantes nunca se comunicaron o incluso imaginar que eran conscientes del problema que representaba la puerta, y debatían si practicarle al edificio una cesárea con el riesgo de que este colapsara. En todas esas opciones, la nave desafiante permanecía inmaculada. A ningún personaje en toda la historia le parecía necesario cuestionarla. Era la piedra que empujaban por la montaña, el desarrollo de infraestructura con deuda en Asia, su propia burbuja inmobiliaria, el tejido de Penélope que mantenía a esa complicada turba ocupada pensando si su único plan funcionaba.
Llega una noche y la construcción está terminada, no se necesitan más amarres, ni es necesario saquear más edificios o pabellones de festivales. En el horizonte, la línea negra se hace más espesa mientras los participantes festejan viviendo quinientos días al interior de la pieza, sabiendo que en la ciudad ningún trabajo u obligación los espera. La nave y la idea de tormenta que representa, es una olla donde la tensión que provocan sus habitantes suave y homogéneamente incrementa. Donde un nuevo orden y una nueva sociedad gobierna provocando guerras, conspiraciones y treguas que suceden con tal fuerza que la posibilidad de un diluvio es lo que menos les afecta.
Grupos de choque la invaden y deciden que deben desmantelarla para construir naves más pequeñas con sus piezas. En revancha, utilizando gas pimienta, los arquitectos retoman el poder y logran para una foto, retratar su creación desierta. Reclaman entonces los voluntarios, convertidos en fanáticos, el derecho a la nave que construyeron con su propia carne. Que se les permita colgar en las paredes los ídolos y sagrarios que hicieron en esos años a través de procesos comunitarios y que los reconozcan como autores para fines mediáticos. Inclusive demandan nuevas políticas de protección de datos.
Por los siguientes cinco años, continúan las guerras abstractas y al calor del sudor de las prolongadas revueltas, aumenta la humedad y la línea negra se convierte en una superficie que cubre la ciudad completa. El cuento que escribo para esta pieza finalmente comienza: «Grita la gente, responde la tormenta. La nave, el refugio, la prisión, no pasa por la puerta.»